Empiezo estas reflexiones con destino específico al foro organizado por el área de Ciencias Sociales del sector de primaria de la institución educativa Luis Patrón Rosano, con la siguiente aseveración radical: La mejor muestra de promoción permanente y respeto de los derechos humanos de los niños por parte de los docentes, sin la menor ambigüedad, se realiza a través de un modelo de vida de éstos que en sí misma sea pedagogía viva de dichos derechos en y fuera de la cotidianidad escolar, revelándose aquella en el buen trato para con ellos, cumpliendo con profundo amor y profesionalismo nuestra labor, abonando con nuestra enseñanza para que los niños que nos ofrecen su amistad y nos dan la bella oportunidad de acompañar su crecimiento, sean jóvenes y adultos íntegros, equilibrados, afectuosos, responsables, tolerantes, respetuosos, sobre la base de que éstos mismos valores sean los nutrientes de la dieta diaria que les suministramos en las actividades de aula, en el salón de clases, en el re-creo y demás actividades curriculares, incluyendo la pedagogía que se desarrolle también con sus padres y acudientes.
Lo cual pone de presente que este delicado asunto de nuestra vida y de las vida de los niños, no es cosa de decir, no es cuestión de enunciar, no es materia a predicar, sino un hacer, un obrar que al desplegarse también se hace verbo, traduciéndose así en una obra artística que toma cuerpo en el ser que ayudamos a construir. Sólo digamos lo necesario, con su respectiva re-creación, en el curso mismo de lo que hacemos y somos con ellos.
Que lo que decimos no sea una paralela con respecto a lo que hacemos. Sino que lo primero se fundamente en lo segundo, constituyendo un universo coherente, en el que y con el que nos realizamos, contribuyendo a que el otro se realice. Cuando esto no es lo que ocurre en nuestra vida de maestros, se concluye que estamos haciendo el peor de los teatros. Somos entonces simuladores, con lo que estamos formando personas hipócritas. Lo que decimos, al instante o seguidamente, lo niega nuestra práctica. Y los niños terminan por entender que somos los peores payasos, y en el fondo de su inocencia saben que no somos confiables. En otros términos, también aprenden a aparentar. No creen en sus maestros. Por tanto tampoco honran su palabra con la verdad.
Nuestra práctica social en el contexto escolar, en el que no nos agotamos, es el mejor y más convincente mensaje de respeto, afecto, cuidado y buen trato, o su antípoda. En esto no hay término medio. Como tampoco hay término medio en la calidad y sustancialidad de nuestra enseñanza y nuestras observaciones, que involucra el establecimiento de límites para que se aprenda a reconocer fronteras y por tanto a respetar
cosas y personas.
Ser con los niños nobles de corazón, magnánimos, pero al tiempo, firmes y justos, es garantía para una formación con principios, una formación que compromete el carácter. Cuidarnos de no parcializarnos con unos y dejar a otros a merced de nuestro desdén, indiferencia o menosprecio, es educar en los derechos de todos. Y son estas vivencias, la más poderosa y efectiva arma educadora que se pueda desplegar, jamás igualada y menos superada por los preceptos generales.
Las buenas lecturas, las reflexiones profundas, estructuradas, y el ejemplo del docente con su sabiduría y justicia a toda prueba, interviniendo en las situaciones difíciles, en los conflictos de la cotidianidad escolar y la vida contextualizada, son los mejores talleres en pedagogía y un homenaje permanente a los derechos humanos. Lo que se ha de continuar con un desenvolvimiento responsable del docente en el cumplimiento de sus deberes como en la defensa de sus derechos sin perjuicio del de los demás, refrendando de este modo un actuar pedagógico que le confiere el rango de sagrado a los derechos de todos, incluyendo aquellos que extendemos a seres diferentes a los de nuestra especie. Dejando intuir, aportando indicadores, que lleven a concluir que todos estamos obligados a observar unas reglas de convivencia, sobre la base de ser racionales, razonables, justos. Respetuosos de sí mismos y de los demás.
Los niños en su calidad inalienable de sujetos de derechos, los cuales prevalecen sobre los demás por reconocimiento de la norma de normas en nuestro país, no sólo se exponen a los más burdos procedimientos de los abusadores sino que en la escuela misma encuentran camuflados a otra ralea de agresores. Y qué lamentable que entre éstos se encuentren docentes, invisibilizados por la trama de relaciones a las que se hace este micro-poder. En este contexto, desde las evaluaciones del aprendizaje, los llamados de atención y la puesta en movimiento de los mecanismos de “control de comportamientos”, se afecta flagrantemente los derechos de los niños, incluyendo su dignidad.
Estos referentes, y la asunción del estudio como el ganar maestría en el evento pedagógico de la clase, hacen sostenible un obrar inspirado en el respeto de los derechos humanos. Así, nos hacemos consciente que dado la responsabilidad que nos jugamos en el desempeño de nuestro oficio, con el estudio, la convivencia con las letras, y la inspiración que nos han de concitar los mismos niños en el desafío por encontrarse y construirse proyectos de vida, descubrimos el profundo sentido de lo que hacemos, auto-considerándonos Constructores de vida, por tanto arquitectos de personas respetuosas y promocionadoras de los derechos humanos, de los cuales, los derechos de los niños han de prevalecer sobre los de los demás. Esto y sus demandas, no son realizables si los educadores no asumen la pasión por su propia educación, permanente, actual. La sola experiencia no genera maestría ni amplía la visión y profundidad de la inteligencia para comprender lo complejo de la realidad contemporánea y, para prefigurar las acciones pertinentes a los nuevos tiempos. La experiencia sola, no aporta sensibilidad y sabiduría. Al parecer ella sin la asistencia de la racionalización, de la reflexión y el estudio, sin el compromiso ético renovado, engendra insensibilidad, “perrería”, formas éstas de degradación de la persona educadora.
Mas sino queremos, no creamos, y sino arriesgamos no cambiamos; no acrecentamos nuestros activos espirituales, nuestras convicciones, valores y obrar. Por eso es necesario saber identificar qué es lo que nos hace vibrar, y desde este campo magnético, desplegar nuestra potencia.
Por lo tanto para renovar el accionar profesional de nuestro oficio, es condición que renovemos nuestra querencia por lo que solemos hacer con los niños en el universo de lo escolar. Y en este contexto, es menester revolucionar nuestra vida haciendo bellezas con los niños y sus derechos, entre éstos el luchar porque sean felices!!!. Que siempre es relativo, y no equivale ni se reduce en nada a tener, a acumular. Que sí tiene que ver con lo que se piensa, con lo que nuestra mente conciba.
Finalmente ante semejante horizonte, el maestro y la escuela deben cazar la pelea suprema por contribuir a que nuestra sociedad salga de la condición de sociedad enferma, de la cual la corrupción es uno de sus malestares, más no el único. La violencia en sus más diversas formas, desde el uso del habla, la discriminación en múltiples formas, hasta el crimen cegador de vidas: en el hogar, en el deporte, la política, los partidos, en los medios masivos de la información y el espectáculo, en la escuela, reclama de una alianza entre distintos sectores y agentes, que nos coloque en la perspectiva de alcanzar la salud de nuestro organismo social. La educación es un frente estratégico sin el cual no es posible que tal cometido se haga realidad, más pronto que tarde. Por eso sería inentendible que no se conecte la lucha por los derechos humanos, por los derechos de los niños como cotidianidad, a la lucha por la paz de Colombia y del mundo a través de la negociación política, de la renovación de los pactos de convivencia, que hoy nos presenta paradójicamente el escenario dicotómico de que mientras en un país del Caribe nos jugamos la posibilidad de doblar la página de cinco décadas de violencia y guerra entre connacionales, en nuestro interior, los guerreristas de la derecha más cavernaria de Colombia, ligada al crimen como medio de acumulación de capital, todos los días disparan su odio para que prosiga esta orgía de sangre; para que no cese la horrible noche…Pero éstos mismos barbaros, regodeándose en sus riquezas y privilegios mal habidos, y sus hijos, nacidos en la sobreabundancia, no salen a encabezar esa guerra que defienden y ensalzan, para la que sí cuentan con un ejército de fanáticos y mercenarios cuyos desorbitantes costos sufragan con la misma riqueza que le han expropiado a las víctimas.
En el marco de esta compleja realidad, los maestros ¿si hemos sancionado un ideario y actuar claro, que nos coloque del lado de la democracia, los derechos humanos y en contra de la politiquería, la corrupción y la guerra fratricida? Nuestra institución y la sede Manuel G. H. en particular, ¿cuenta con una política institucional de promoción de los derechos humanos (de los niños) sobre el cual se fundamente el accionar pedagógico del colectivo profesoral?
A manera de cierre, traigo a colación un apunte problematizador, del también maestro y columnista de El Tiempo, Francisco Cajiao: “Valdría la pena preguntarse…si la obsesión por homogenizar a todos los niños y niñas bajo patrones académicos y disciplinarios únicos no produce una constante sensación de fracaso, que, de alguna manera, se convierte en rabia y deseo de destrucción.”* Que puede ilustrar cómo para afectar, violar los derechos de los niños, no necesariamente se asocia a una mala intención, pero sí a una concepción equivocada y su correlato en términos de pretensión.
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*A propósito del matoneo. Francisco Cajiao, El Tiempo; septiembre 24 - 2013
Ramiro del Cristo Medina Pérez
Santiago de Tolú, septiembre 27 - 2011